Montevideo PortalColumnistas
Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain

Sobre el autor

Nací en 1962. Dirijo Ahunchain Comunicación y asesoro en esta materia a empresas privadas y públicas y partidos políticos. Soy dramaturgo y director teatral, con piezas editadas en España, Francia y Estados Unidos y estrenadas en Argentina, Chile, Venezuela, El Salvador, México, España y Alemania. Ocasionalmente he producido y dirigido televisión. Ejerzo la docencia en la Universidad Católica, el CLAEH y la Escuela del Actor. Facebook: Alvaro Ahunchain Twitter: @alvaroahunchain

Más columnistas

imagen del contenido Escribe Gerardo Sotelo
imagen del contenido Escribe Ana Jerozolimski
“Al ver las imágenes de Juan Guaidó regresando a su país (. . . ) lloré de emoción.
imagen del contenido Escribe Esteban Valenti
La diferencia en los indicadores de la violencia entre los barrios de la costa y del norte y el oeste de Montevideo corresponden prácticamente a dos países diferentes.
imagen del contenido Escribe Pablo Mieres

La cultura lumpen no tiene clase social

20.Feb.2012

 

 

 

He leído muchos comentarios interesantes a mi nota de la semana pasada –Los pibes chorros no nacen por accidente– tanto en el acuerdo como en la discrepancia. Un lector cita los estudios de Gustavo Leal y Rafael Bayce, que definen a los planchas como una “tercera generación de excluidos” agravada por la crisis del 2002.

La verificación es atendible pero resulta insuficiente para explicar por qué tantas personas pobres viven dignamente, educando a sus hijos con valores y luchando por superarse con honestidad.

Si sólo se tratara de un determinismo económico, los chicos que vandalizaron el Liceo Francés o los que llegan borrachos a los cumpleaños de quince distinguidos, a vomitar sobre las mesas, serían todos refinados caballeritos. Pero no es así. Algo está fallando y eso que falla, que he llamado “cultura lumpen”, atraviesa todos los niveles socioeconómicos, arrasando el estilo de vida tolerante que nos identificaba como sociedad.

Cuando en respuesta a aquella nota, algunos me acusan de estigmatizar a los pobres, así, al barrer, no me queda otra que aclarar que no soy un ser tan despreciable como para hacer una cosa así. Quien los estigmatiza es justamente el que supone que criticar la subcultura plancha es denostar a toda la gente que no tiene recursos, como si hubiera una relación de causa y efecto entre ambas. 

La violencia social no se origina en la miseria. No sigamos repitiendo ese disparate, que pretendiendo justificar a los pobres, lo que hace es discriminarlos. El problema fue, es y seguirá siendo cultural.

Hay una cultura de la prepotencia y el desprecio, que explica que un chiquilín de clase baja le ponga un revólver en la cabeza a un quiosquero, que un marido de clase media mate a puñaladas a su mujer en plena calle de Carmelo y que un grupo de adolescentes alcoholizados de clase alta destruya su liceo. En todos estos casos no falta ni el alimento ni la satisfacción de necesidades básicas, lo que falta es valores.

Es verdad que esos valores se obtienen principalmente en la familia, pero la decadencia del modelo familiar (también presente en todos los estamentos sociales) no puede convertirse en una excusa para que como sociedad nos quedemos en la inacción.

Poco vamos a lograr si vivimos justificando y disculpando a los que cometen atropellos. Antes se decía que lo hacían por hambre, ¡ahora se dice que lo hacen porque son víctimas de la sociedad de consumo! ¡Qué estupidez!

Son víctimas, sí, pero de la ignorancia, de la falta de modelos ejemplares a seguir y de la ausencia de referentes que sobre ellos ejerzan autoridad.

Otro lector se opone a mi reclamo de más Mozart y menos cumbia villera, argumentando que los genocidas nazis solían escuchar a los clásicos antes de cometer sus crímenes aberrantes. Es verdad, pero hay una diferencia muy marcada entre quien practica la violencia desde la ignorancia y quien lo hace desde una intelectualidad perversa. Recuerdo una interesante charla brindada por el argentino Jorge Lanata en ORT, hace unos años. Recomendó a los alumnos de periodismo que leyeran poesía. Dijo que leyendo poesía se es mejor persona, por lo tanto se es mejor periodista, mejor odontólogo, mejor albañil…

Uno de los caminos –no el único, me consta– para superar esta situación decadente es refinar el gusto e incitar a la reflexión. Esto no sólo se logra en casa, se debe provocar también en el salón de clase y en la programación de los medios de comunicación. Los profesores se quejan de los padres, los padres de la televisión, la televisión de los padres y los profesores, y así seguimos, enterrando víctimas y esperanzas.