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Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain

Sobre el autor

Nací en 1962. Dirijo Ahunchain Comunicación y asesoro en esta materia a empresas privadas y públicas y partidos políticos. Soy dramaturgo y director teatral, con piezas editadas en España, Francia y Estados Unidos y estrenadas en Argentina, Chile, Venezuela, El Salvador, México, España y Alemania. Ocasionalmente he producido y dirigido televisión. Ejerzo la docencia en la Universidad Católica, el CLAEH y la Escuela del Actor. Facebook: Alvaro Ahunchain Twitter: @alvaroahunchain

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Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil

09.Abr.2012

 

En su charla en ADM, el Ministro de Defensa Nacional realizó dos precisiones que tuvieron amplia repercusión periodística. La primera fue muy trascendente: su propuesta de invitar a más comensales a la mesa de quienes deben pedir perdón por los años de violencia de los 60, 70 y la dictadura. Sobre esa declaración, que ingeniosamente equipara la responsabilidad de los militares golpistas y de los guerrilleros, con la de la prensa que aplaudió la represión y los embajadores de Estados Unidos y URSS, opinó con mucha más autoridad que yo Leonardo Haberkorn, en un artículo magistral que recomiendo leer:

http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2012/04/fernandez-huidobro-y-la-larga-mesa-del.html#comment-form

En esa nota está todo dicho. Me permito agregar simplemente que, si bien es verdad que hubo muchos culpables, no es cierto eso de que todos fuimos responsables, como se dice últimamente, poniendo en la misma bolsa de los violentistas de derecha e izquierda, a tantos ciudadanos que en esa época se la jugaron por la democracia y la convivencia pacífica, y fueron finalmente arrastrados, silenciados e incluso sacrificados por la penosa polarización que propiciaron aquellos.

La "larga mesa del perdón" es más o menos acertada, según quién la proponga. Si el que lo hace es justamente un dirigente principal de uno de los bandos que instauró la violencia y el desprecio, lo único que logra es poner de manifiesto su intención de diluir su propia y contundente responsabilidad en el desastre.

Hecho ese comentario al excelente texto de Leonardo, paso a referirme a la segunda declaración del ministro Fernández Huidobro, que levantó una mayor polvareda que la anterior, a pesar de ser de menor importancia, incluso pueril: eso del  flaco al que crucificaron "por gil".

No es mi intención ponerme en defensor de la comunidad cristiana, a la que por otra parte no pertenezco. Me resultó muy divertida la respuesta del ministro al obispo de Minas, Jaime Fuentes, reprochándole su escaso conocimiento del lunfardo y realizando una extensa glosa de tangos en los que "gil" es sinónimo de "honesto".

Aún dando por buena la argumentación lingüístico - literaria de Fernández Huidobro, lo que me interesa destacar de este suceso es una disfunción gubernamental de la que vengo hablando con frecuencia en esta columna.

Mi pregunta es: ¿está bien que un ministro de estado hable públicamente empleando el lunfardo? Muchos dirán que sí. Que eso lo acerca más a la gente, que al fin y al cabo si todos se expresan así, por qué no puede hacerlo un dirigente político, etc.

Mi respuesta es categóricamente que no. 

Primero, porque sigo creyendo que las personas que aparecen en los medios masivos, ya sean políticos, artistas y deportistas consagrados o periodistas, cuando se dirigen al público, tienen la obligación de hablar correctamente. No porque yo me adscriba al conservadurismo de una vieja institutriz victoriana, sino porque los políticos, y más los que ocupan cargos de gobierno, les guste o no, son referentes de la sociedad, representan modelos a emular.

Del mismo modo que no enseñarían a un hijo pequeño a exclamar "andá a la puta que te parió", deben entender que lo que dicen, y sobre todo la manera como lo dicen, ejerce una poderosa influencia en el público que los escucha. ¿Cómo no va a haber decenas de miles de jóvenes que no quieren ir al liceo, si cuando prenden la televisión ven que unas personas que putean y carajean igual que ellos, llegaron a convertirse en ministros de estado?

Segundo: hablar bien, con vocabulario preciso, amplio y respetuoso, no sólo es políticamente correcto. También ayuda a pensar en profundidad y con independencia de criterio. Porque el lenguaje lunfardo tiende a etiquetar personas y sentimientos (ser honesto es ser gil). En cambio, el bien hablar enseña que existen matices, que no todo es blanco y negro, que también se puede ser honesto sin ser tonto o imbécil sin ser honrado. Vienen a mi memoria algunas de las expresiones que le hemos escuchado al presidente Mujica en estos años, como cuando desacreditó a un periodista porque era "patrón", como si esa sola calificación justificara el hecho de haberlo maltratado. O como cuando justificó que se reuniría gustoso con el presidente Obama porque "es negro". Obsérvese la carga de juicio valorativo que aportaba el presidente en ambas palabras, patrón y negro, como si todos los primeros fueran aborrecibles y todos los segundos, dignos de respeto. Hablar bien es el mejor antídoto contra estas simplificaciones del pensamiento.

Me extiendo en este tema porque creo que es muchísimo más importante que la indignación de los cristianos por el comentario. Éste fue un hecho puntual, lo que no es puntual es el permanente mal uso del lenguaje que realizan personalidades de primera línea de la política nacional, y agrego en la nómina a algunos comunicadores obsesionados por parecerse a notorios antimodelos porteños.

Es curioso: cuando era joven, me escandalizaba cómo se expresaban los jugadores de fútbol, al punto que muchas veces me parecía injusto que los periodistas les pusieran un micrófono delante, cuando el fuerte de ellos no era la capacidad de comunicación sino el talento deportivo. En estos tiempos, los futbolistas que hablan por los medios son como catedráticos de Harvard, en comparación con muchos políticos y comunicadores que efectivamente tendrían que cuidar su lenguaje, porque de él viven y con él influyen todos los días sobre las opiniones y los sentimientos de la gente.

Quienes en mayor o menor medida formamos opinión,  tenemos la obligación de resistir este avance atroz de la cultura lumpen. Debería ser una causa que uniera seriamente a políticos, docentes y comunicadores, de una vez por todas.