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Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain

Sobre el autor

Nací en 1962. Dirijo Ahunchain Comunicación y asesoro en esta materia a empresas privadas y públicas y partidos políticos. Soy dramaturgo y director teatral, con piezas editadas en España, Francia y Estados Unidos y estrenadas en Argentina, Chile, Venezuela, El Salvador, México, España y Alemania. Ocasionalmente he producido y dirigido televisión. Ejerzo la docencia en la Universidad Católica, el CLAEH y la Escuela del Actor. Facebook: Alvaro Ahunchain Twitter: @alvaroahunchain

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M'hijo el inorante

07.May.2012



¿Existe una correlación entre las políticas asistencialistas y la inseguridad pública? En un penetrante artículo publicado el 15 de marzo por el semanario Voces, el Dr. Hoenir Sarthou demuestra que sí.

http://www.voces.com.uy/articulos-1/eldiscursovacioporhoenirsarthou

Que yo recuerde, es la primera vez que un acreditado portavoz de izquierda reconoce el profundo error de esta práctica, que brinda apoyo económico a los sectores desfavorecidos de la sociedad, sin reclamar una contraprestación. La oposición la denuncia desde hace un buen tiempo, pero en lo personal, no puedo olvidar las crónicas parlamentarias de la aprobación por unanimidad del primer plan de emergencia del presidente Vázquez, allá por 2005. Recuerdo cómo más de un legislador blanco o colorado se declaraba emocionado por esa medida de gran significación social. Siete años después, la mentada significación social demostró tener dos componentes: una evidente disminución de la indigencia y pobreza (medidas éstas en disponibilidad de dinero de las personas) y un aumento, aparentemente contradictorio, de la pérdida de pautas de convivencia, la marginalidad y criminalidad.

El Dr. Sarthou, luego de criticar la vocación represiva de "la derecha", lo explica mejor que nadie:

"La izquierda uruguaya parte de un axioma parcialmente cierto: las causas de la delincuencia son sociales y es la pobreza la que genera el delito. De allí saca una conclusión falsa: si disminuye la pobreza, disminuirá la delincuencia. Ese es el error, por el que la izquierda ve que la realidad se le escapa de las manos, por el que la inseguridad pública la desborda. La relación pobreza (material) -  delincuencia no es directa. En el medio está el factor "marginalidad cultural". Por no tomar eso en cuenta, la izquierda está enunciando un discurso vacío, que no da cuenta de la realidad, que no convence y que a breve plazo traerá consecuencias muy penosas. La pobreza es falta de recursos materiales y es relativamente fácil solucionarla. La marginalidad cultural es mucho más compleja. Significa una ruptura con los valores y códigos que rigen la convivencia social, una desidentificación con las pautas de vida que posibilitan esa convivencia. En origen es fruto de la pobreza, pero, una vez establecida, ya no se soluciona con dinero ni con beneficios materiales. Al contrario, el dinero y los beneficios materiales gratuitos pueden consolidarla. Al que ha perdido los hábitos de trabajo y los códigos de solidaridad con la familia y los vecinos, al que asume que es suyo todo aquello de lo que puede apoderarse y que el que da es un 'gil' y el que recibe un 'vivo', de nada sirve darle dinero ni ofrecerle trabajo, construirle casa o regalarle comida. Aprovechará esos beneficios (salvo el trabajo) con la misma naturalidad con que antes aceptaba no tenerlos, pero en su cabeza seguirá estando al margen. Seguirá creyendo que recibe porque es vivo, o porque tiene derecho, y que nada le debe a la sociedad que le da ni a nadie".

Está claro que la marginalidad cultural es un fenómeno multicausal que excede en mucho la aplicación de políticas asistencialistas. Pero no es menos cierto que éstas, combinadas con un sistema de educación pública en estruendosa decadencia, están consolidando nuevos parámetros socioculturales que convierten a nuestro país de clase media en un triste recuerdo.

Ya existía en el Uruguay una cierta desconfianza al emprendimiento personal, a esa vocación de arriesgarlo todo en pos de una idea de crecimiento individual, propia de la mentalidad anglosajona.

El país de clase media era el del empleíto público, pobre pero seguro, el del menosprecio al inmigrante gallego que había amasado una fortuna dejando la vida detrás de un mostrador, el del "no te metás", el de "mirá el auto que se compró, a quién le habrá afanado", etcétera. Muchas letras de tango dan cuenta de esa filosofía retardataria: "No vayas al puerto, te pueden tentar / Hay mucho laburo, te rompés el lomo / y no es de hombre pierna ir a trabajar".

Sólo recuerdo una época del Uruguay reciente en que esa forma de ver la vida dio algún paso atrás: la sitúo en el período de auge económico de los años 90, más exactamente entre 1991 y 1998, años en que se liberó la economía todo lo que fue posible, y quedó para la historia la ingeniosa frase del presidente Lacalle sobre los empleados públicos: "Ellos hacen como que trabajan y yo hago como que les pago". La crisis que se inició en el 99 y desangró al país hasta el 2002 echó por tierra aquella autoconfianza. La pobreza creció sustancialmente y cobrar un sueldo del estado volvió a ser un ideal de vida, lo que quedó demostrado por las decenas de miles de personas que se presentaron a cada concurso por puestos en la intendencia montevideana y los entes.

Hoy muchos discrepan con la hipótesis de Sarthou porque entienden que la vulnerabilidad social era de tal magnitud, que no había otro remedio que apelar a prácticas asistencialistas.

No opino lo mismo.

El inmenso presupuesto destinado por el entonces ministro Astori al primer plan de emergencia -si mal no recuerdo era de 300 millones de dólares - perfectamente se podría haber invertido en obra pública, para dar a los pobres fuentes de trabajo genuinas, en lugar de una limosna graciosa. Limosna que formateó la personalidad de muchos, empujándolos a ampliarla cuidando coches, limpiando vidrios en los semáforos, peseteando gente por la calle, rapiñando...

Sé que es políticamente muy incorrecto comparar a los limpiavidrios callejeros con los rapiñeros, pero hay que entender que el sustrato conceptual de ambas actividades es el mismo. Son personas sin proyecto de vida, sin fundamentos éticos de convivencia, que están acostumbrados a que la sociedad los mantenga. Los beneficiarios perfectos de la lógica asistencialista.

Hay una lectura clasista detrás de este engendro, muy propia de sectores minoritarios de la izquierda que crecen en influencia política, aunque no en votos: que el estado le saque recursos a los que trabajan, para dárselos a los que no lo hacen. Los aportantes ofrecerían esos recursos encantados de la vida, si vieran que a quienes los reciben se los encauza en caminos de educación y trabajo. Pero en cambio, doblegados por el IRPF y el IVA del 22 por ciento, comprueban que esos dineros sólo sirven para fortalecer aun más una marginalidad cultural como nunca padeció el país en toda su historia.

Un siglo atrás, Florencio Sánchez nos mostraba la ilusión de los inmigrantes pobres de que su segunda generación ascendiera socialmente. El ideal de "M'hijo el dotor", cien años después, se convirtió en el de "M'hijo el inorante". Los chicos que limpian parabrisas en las esquinas lo dicen bien claro: es mucho más divertido que ir al liceo. Toman aire, no tienen horario, están con amigos, hasta ganan buena plata. Para colmo, ven por televisión como la persona que ocupa por voto popular la presidencia de la República se autodefine como "un viejo ignorante". ¿Quién detiene toda esta locura?