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Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain

Sobre el autor

Nací en 1962. Dirijo Ahunchain Comunicación y asesoro en esta materia a empresas privadas y públicas y partidos políticos. Soy dramaturgo y director teatral, con piezas editadas en España, Francia y Estados Unidos y estrenadas en Argentina, Chile, Venezuela, El Salvador, México, España y Alemania. Ocasionalmente he producido y dirigido televisión. Ejerzo la docencia en la Universidad Católica, el CLAEH y la Escuela del Actor. Facebook: Alvaro Ahunchain Twitter: @alvaroahunchain

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¿Nunca más llamará don Raúl Fontaina?

14.May.2012

 

Cristina Morán cuenta que, allá por el año 1959, con el canal 10 emitiendo los primeros programas en vivo, su co-conductor "Raulito" Fontaina hizo un comentario risueño al aire, alusivo a que había muchos invitados sentados en un par de sillones: "acá estamos apretados como piojo en costura". Apenas fueron al corte, llegó una llamada del director del canal, don Raúl Fontaina. Su hijo ya sabía la que se le venía, y le pidió a Cristina que atendiera. "Gordi, le dijo el pionero de la televisión, pasame con el del piojo en costura". Por insólito que parezca hoy, que muchas veces se dicen cosas groseras y soeces por televisión, en aquella época había un responsable del canal que sancionaba a un comunicador por decir algo tan inocente como aquello.

El año pasado, mi hija de 15 años fue entrevistada en exteriores por la movilera de un programa de la mañana, con tan mala fortuna que media cuadra más atrás, un transeúnte cualquiera se bajó los pantalones y mostró las nalgas a cámara. El editor no se dio cuenta y el blooper salió al aire. Por esas cosas de la vida me enteré que la "perlita" iba a ser emitida el domingo siguiente en el programa de archivo del mismo canal, cuyo buen gusto cuidaba siempre su lejano fundador. Fui allí a hablar con un conocido que ocupa un cargo de importancia. Le pedí con la mayor cordialidad que por favor no sacara esa imagen al aire, para que mi hija no se volviera a avergonzar. Me dijo que si yo la había autorizado a hablar ante una cámara, no podía reclamar nada. Le expliqué que la autoricé a hablar, no a que detrás de ella un desconocido mostrara el culo. Me respondió que bueno, que harían la excepción por tratarse de mí, pero que si a cada situación de esta índole ellos accedieran, etc. etc. etc. El blooper en cuestión salió al aire por lo menos dos veces.

Este fin de semana, los canales mostraron una nueva "perlita", menos inocente e infinitamente más grave que la que avergonzó a mi hija: el registro a través de una cámara de seguridad del bárbaro asesinato a un mozo de La Pasiva. Y por lo que me cuentan, no fue solo el canal de aquel pionero que cuidaba el buen uso del lenguaje.  

No analizaré este tema desde el prejuicio de quienes se quejan de los informativos, por dramatizar en exceso la inseguridad pública. La inseguridad es real y los periodistas no pueden escamotearla ni edulcorarla. Pero acá se les fue la moto. No veo la necesidad de mostrar una y otra vez un asesinato a sangre fría. En otras épocas, cuando aparecía este tipo de imágenes, se las manejaba con otra discreción, al menos por respeto a los familiares de las víctimas, que no tenían por qué someterse al penoso espectáculo de la muerte violenta de un ser querido.

Pero los nuevos tiempos del reality y el infotainment dan para todo. Ya no solo decimos a cámara cosas bastante más groseras que "como piojo en costura". Ya no solo le pasamos por arriba a la vergüenza de una adolescente. Ahora mostramos a un chorro asesinando a un trabajador inocente, para alimentar el morbo de la teleaudiencia, aderezado con la advertencia previa de que esas imágenes pueden herir su sensibilidad.

Pregunto a los periodistas que lean esta nota, que seguramente saben mucho más que yo sobre el asunto: ¿es necesario ser tan explícito? ¿Agrega algo? Si todo indica que estos lúmpenes matan como quien suma méritos a su currículum, ¿la difusión de estas imágenes no convertirá a ese asesino en un modelo para sus pares? ¿Y qué hacemos con los cinco hijos de la víctima? ¿Les apagamos el televisor?

Tal vez esté equivocado; leeré con mucho interés las opiniones de los lectores. Pero honestamente creo que si los comunicadores no tenemos claro cuáles son los límites de nuestro trabajo, marcados por la responsabilidad, buen gusto y honestidad intelectual, deberíamos al menos reflexionar seriamente sobre ello.