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Con más de treinta de trabajo como periodista, se destaca como conductor e informativista de radio y televisión.

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Bananas

04.Jul.2012


Los hechos ocurridos en los últimos días y que tienen a Paraguay y el Mercosur como protagonistas no están sucediendo en realidad. La primera impresión que dejó la decisión del bloque regional de forzar el ingreso de Venezuela ratifica la sensación de que los sudamericanos estamos viviendo un reality show de dudoso buen gusto, que comenzó con el rocambolesco alegato contra Fernando Lugo. Un reality en el que cada parte interpreta un personaje más o menos exagerado con el objetivo de ganar el favor popular. Pero no es así. Los sudamericanos somos participantes involuntarios de una remake de la película Bananas (La locura está de moda), obra temprana del gran Woody Allen.

Bananas era una parodia mordaz (infrecuente en su época) sobre la inestabilidad política que vivía el continente a comienzos de los años setenta, cuando se sucedían los golpes militares alentados por la CIA, las acciones guerrilleras y las ejecuciones sumarísimas. Como hoy en día no se estila ejecutar literalmente a los mandatarios ni invadir los países con armas y pertrechos, el guión de la nueva versión  transcurre por carriles políticos menos sangrientos pero igualmente bananeros. Veamos.

Un presidente sin votos en el Congreso designa a un representante de la oposición como Ministro del Interior ignorando la decisión de la mayoría. Heridos en su orgullo de machos latinos, todos los partidos  decide arrebatarle la investidura presidencial por un quítame de ahí esas pajas a través de un juicio político. El continente entero denuncia la maniobra y separa al nuevo gobierno de los organismos regionales.

Cuando la película parecía terminar con ese estatequieto profiláctico, los poderosos vecinos del país sancionado resuelven ir más lejos. El guionista se despacha con una vuelta de tuerca, impensada por obvia y grotesca. La reedición ad hoc de la Triple Alianza, liderada por las potencias subimperialistas con la participación marginal de un socio enano, hace ingresar al bloque regional a otro país grandulón, burlándose del gobierno sancionado y de sus electores, cuyos representantes se habían opuesto a su entrada por razones un poco retorcidas.

¿No es esta la maniobra más burda y escandalosa del continente bananero desde la expulsión de Cuba de la OEA? ¿No deberían los ciudadanos de estos países experimentar cierto rubor? Como en Casablanca, nadie sabe cuál va a ser el final de la trama, pero se sospecha al menos de dos desenlaces posibles. En uno, los ciudadanos y sus organizaciones políticas y sociales exigen una explicación a sus gobernantes, mientras el presidente y el canciller de los enanos se encierran en sus oficinas a leer en el diccionario qué quiere decir la palabra "soberanía", sentados sobre los tratados de Derecho Internacional. En el otro, se muestra a los enanos caminando apesadumbrados y cabizbajos, como preguntándose por qué se cayó tan bajo. En cualquier caso, el filme va a ser recordado como lo que es: una historia de intrigas, traiciones y mentiras bizarras, propias de una remake de Bananas.



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