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Todas las columnas de Gerardo Sotelo.

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Con más de treinta de trabajo como periodista, se destaca como conductor e informativista de radio y televisión.

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Chiquito

02.Ene.2013

Cuando yo era niño, Mazurkiewicz tenía las manos de imanes y un buzo negro, pero su habilidad principal era volar. En su camino a la pelota, Mazurkiewicz superaba a Batman y a cualquier superhéroe nacido en el planeta Tierra.

Sometido como todo a la ley de la gravedad, se las ingeniaba para volar en cualquier dirección y ponerse de pie, con el balón resignado entre sus garras, acaso consciente de su suerte ineluctable.

Aunque alcancé a verlo durante su época de oro en Peñarol, Mazurkiewicz fue, más que nada, un gladiador imaginado. Su leyenda se forjó a partir de los relatos de Carlos Solé, las fotos de los diarios y los álbumes de figuritas de Novedades Crack.

Ladislao Mazurkiewicz tenía además un nombre de leyenda. Su grafía y sonoridad formaban, con su figura de muchacho ágil y pequeño vestido de luto, una conjura de poderes sobrenaturales. Su sola mención alcanzaba para dejarme en vilo, con el tiempo y la respiración en suspenso. La transmisión radial podía llegar desde lugares tan remotos como Santiago, Madrid o Londres. Cuando escuchaba la voz de Solé pronunciar esas dos palabras mágicas, sabía que el peligro había pasado. Ladislao Mazurkiewicz, junto con Pedro Virgilio Rocha, disputaban la grandeza de Yuri Gagarin o Neil Armostrong. Por lo visto, me tocó ser niño en una  época en la que flotar en el espacio más allá de lo razonable era cosa de todos los días.

Si bien los avances tecnológicos desmoronaron la invención de mi memoria, demasiado contaminada por la admiración y los años, allí está en YouTube, de todos modos, Ladislao Mazurkiewicz volando de palo a palo en aquella tarde  de Hannover en 1974, cuando Holanda nos llenó de fútbol y vergüenza. Allí se lo puede ver batido por el infortunio frente al gran Pelé, con el mismo semblante de niño sobrio con que conjuraba sus tiros libres y sus remates desde fuera del área.

Es que a Ladislao Mazurkiewicz, el mejor golero de todos los tiempos, le tocó lidiar con equipos gloriosos y decadentes, pero siempre estaba allí, pronto a volar con sus manos de imanes y su buzo negro. Chiquito. Severo. Enorme



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