Montevideo PortalColumnistas
Paramus

Paramus

Columnas y análisis. Por Jorge Jauri

Sobre el autor

Analista de riesgo, periodista

Más columnistas

imagen del contenido Escribe Esteban Valenti
Como la realidad no es abstracta, sino concreta, vuelvo a un lugar que pinta la situación de zonas enteras de la capital y el país.
imagen del contenido Escribe Pablo Mieres
imagen del contenido Escribe Gerardo Sotelo
Fiel a uno de los más acendrados mitos económicos, Topolansky llamó a comprar productos "que den trabajo a los uruguayos".
imagen del contenido Escribe Carlos Pignataro
Entramos en una nueva era y únicamente las marcas que sepan adaptarse estarán preparadas para el futuro.

No estamos educados para vivir así

19.Jul.2018

Finalizó el Mundial y una sucesión de hechos nos está sacudiendo. Hechos y omisiones de impacto demasiado fuerte nos interrogan: “-¿Qué está sucediendo en este país y en cada uno consigo mismo?” No es que la macroeconomía, la violencia o la brecha educativa nos enfrente en nosotros mismos a una amnesia indolente y vergonzosa.

Los dilemas son éticos. Y demasiados orientales honestos no hemos sido educados para enfrentarlos.

La desesperanza tiene formatos muy personales. Asombrados no nos reconocemos en el otro, razón de la fe del ateo en el fundamento de Eco. Ni la razón del confesional es refugio de los desesperanzados. No nos sentimos bien en nuestra investidura ciudadana; desde la cual, en toda nuestra historia los uruguayos apelábamos a la política hubiera democracia o dictadura.

Hoy nos pueden preguntar por las preferencias políticas pero nuestras respuestas son casi formales porque ya la redención que la política pudiera viabilizar, es sospechosa. Si no pasa nada demasiado diferente en 2019 habremos votado pero desde una pequeñez de ciudadanía absolutamente en línea con la mediocridad de las representaciones que tendremos disponibles entonces. Es más, contaremos los votos y tendremos un gobierno más de “derecha” o más de “izquierda” que continuará adelante sin nosotros, ciudadanos. Alcanzarán nuestros votos pero es casi seguro que ya no estaremos nosotros.

¿Y qué es lo que desata tal estado de ánimo?

La incomoda sensación de estarnos traicionando.

Nos estamos sintiendo traicionados por nuestra propia memoria. Estamos viviendo en un pretil ético. Apelo a un texto de Viñar citado por Caetano y Rilla, en su Historia Contemporánea del Uruguay[1] “¿- Cuáles son los buenos y malos caminos para metabolizar psíquicamente –en lo individual y colectivo- esa experiencia de horror que para algunos es una marca indeleble y para otros un detalle de la historia? Y responde (…) “- A riesgo de un psicoanalismo reductor, nosotros leíamos en el emprobrecimiento de la tensión del diálogo democrático, en el desplazamiento a lo anodino y cotidiano, el terror no metabolizado.”

La respuesta apela a contribuir a explicarnos la tensión exacerbada; la intolerancia extrema –conducta propia de los aterrados- transformada hoy en uno de los adimentos de la fractura de la sensibilidad y la inteligencia ciudadana sobre el tema. Terror ya no de lo que pudiera agredirnos externamente sino terror de nuestros propios comportamientos.

Venezuela y Nicaragua

Esa fractura se ha extendido alimentada por el deterioro de la convivencia social, política y moral.Comenzamos a interrogarnos con más alarma acerca de lo que está sucediendo con nosotros mismos frente temas de orden superior a los de la banalidad de la agenda diaria: ¿Qué está sucediendo en este país que aceptamos la insoportable omisión del país y de casi todos nosotros en participar activamente en la condena y enfrentamiento de la dictadura venezolana o la tardía y mediocre reacción, forzada además, frente a los asesinatos masivos de un Ortega, violador y verdugo de su pueblo? ¿Cómo es posible soportar la esquizofrenia vergonzosa de nuestro gobierno y representantes, quienes en el mejor de los casos, dialogan en los cómodos ámbitos legislativos sobre la conveniencia o no de alinearnos con el mundo entero en actos solidarios más drásticos?

Para Viñar el exceso de memoria o el exceso del olvido son los vectores explicativos de una polarización extrema que hemos venido acuñando los uruguayos en orden de valorar la importancia de los hechos, del valor de la verdad, de la utilidad de la memoria. Es una explicación de un trauma grave. Las tensiones naturales respecto a la política y el comportamiento ciudadano de pensamiento diferente ya no tienen los ribetes naturales de la discrepancia sana. Esas tensiones agreden aún más la ya deteriorada legitimidad de la democracia. Exacerban la creciente sensación de inutilidad del Estado y sus insanas relaciones con la sociedad.

Elena Quinteros, viva en la memoria

En la misma “Historia…”, dos páginas más delante de la citada, los autores recuerdan la siniestra desaparición de Elena Quinteros, reconocida recién veintisiete años luego por el Estado en el informe de la Comisión para la Paz durante la presidencia del Dr. Jorge Batlle.

Transcribo un expresivo texto de la detallada referencia de los historiadores. Alcanza para entender los efectos patológicos que agregan los traumas de la memoria a la explicación de lo que nos está sucediendo:

“… el 24 de junio (de 1973) fue detenida en su casa familiar en Montevideo, en la calle Ramón Masini por policías del Departamento No 5 de la DNII del Ministerio del Interior. Trasladada a una unidad militar de Montevideo fue interrogada y torturada. Allí persuadió a sus verdugos de que pocos días más tarde había previsto hacer un contacto con un compañero de su partido en las cercanías de Bulevar Artígas y Guaná (…) Fue así “liberada” con estricta vigilancia, no obstante lo cual logró entrar en los jardines de la Embajada de Venezuela y desde allí fue secuestrada por las fuerzas de seguridad a pesar de la resistencia de los funcionarios (de la Embajada). El gobierno de Venezuela, entonces a cargo de Carlos Andrés Pérez protestó y exigió la inmediata liberación de Quinteros, arrebatada en el territorio venezolano de la Embajada. El dictador uruguayo de turno, Alberto Demicheli y su canciller Juan Carlos Blanco negaron responsabilidades en el atentado. Pocos días más tarde el gobierno de Venezuela rompió relaciones con Uruguay.”



[1] Ob. Citada Ed Fin de Siglo 1ª. Edic. pág 345, de Maren y Marcelo Viñar: “Crónica de la memoria. Crónicas para una memoria por venir. Mdeo. Trilce, 1993, páginas 13-16.