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Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

La columna de Álvaro Ahunchain

Sobre el autor

Nací en 1962. Dirijo Ahunchain Comunicación y asesoro en esta materia a empresas privadas y públicas y partidos políticos. Soy dramaturgo y director teatral, con piezas editadas en España, Francia y Estados Unidos y estrenadas en Argentina, Chile, Venezuela, El Salvador, México, España y Alemania. Ocasionalmente he producido y dirigido televisión. Ejerzo la docencia en la Universidad Católica, el CLAEH y la Escuela del Actor. Facebook: Alvaro Ahunchain Twitter: @alvaroahunchain

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El hombre que llenó de luz nuestra oscuridad

04.Ago.2014

Ahora me pregunto qué hubiera sido del Uruguay si Martínez Carril no hubiera existido...

"Gracias, gracias y más gracias por llenar la oscuridad de luz", tuiteó Gonzalo Frasca a raíz de la muerte de Manuel Martínez Carril. La metáfora no para de dar vueltas en mi cabeza en su notable multiplicidad de sentidos. Porque por un lado pertenezco, al igual que Gonzalo, a la generación que vio la luz de los proyectores de Cinemateca Uruguaya, cuando Manuel Martínez Carril se pasaba el día entero en sus salas haciendo de todo, literalmente de todo: programaba, escribía reveladoras reseñas, editaba la inolvidable "Cinemateca Revista" y hasta se encargaba él mismo de proyectar en la pequeña Sala 2 y leer las traducciones simultáneas de los intertítulos de las películas mudas, en vivo. El testimonio más cabal del día a día de Manuel en Cinemateca está en la inspirada película de Federico Veiroj, el mejor homenaje que se haya hecho jamás a nuestros gestores culturales, quijotes solitarios en un país sobrecargado de fóbal y tevé chatarra.

Pero volvamos a la metáfora de Frasca. La luz que hendía la oscuridad de las salas de cine, iluminaba también al país en el oscurantismo de la dictadura, durante la que Gonzalo y yo crecimos, yendo a liceos más preocupados porque el pelo no tocara el cuello de la camisa, que por enseñarnos a pensar y a ejercer nuestro sentido crítico. En plena dictadura, durante cuatro años fui a Cinemateca todas las noches. Recuerdo que los lunes y martes veía un doble programa en el cine Punta Gorda, y el resto de la semana siempre andaba por Estudio Uno, en AEBU, o por la Asociación Cristiana de Jóvenes, o por Sala Cinemateca, o por el cine Pocitos. Allí Manuel iluminó la oscuridad política mostrándonos todo Chaplin, todo Eisenstein, todo Welles, todo Bergman, todo Fellini, todo Kubrick, todo Scola... Allí desplegó ante nuestros ojos fascinados la historia completa del cine nacional, muchos de cuyos originales hoy corren el riesgo de desaparecer, porque nadie se hace cargo de la mínima inversión que asegure su mantenimiento y digitalización, a pesar de la severa advertencia formulada por la Asociación de Críticos Cinematográficos hace un par de años.

Y hay un tercer nivel de significación en la frase de Gonzalo: más allá de las circunstancias políticas, Manuel encendió la luz de nuestras conciencias. Nos dio conocimiento y cultura y moldeó nuestra sensibilidad. Si no hubiera sido por la tremenda influencia de Cinemateca Uruguaya en nuestra generación, nuestros referentes fílmicos juveniles hubieran sido solamente Rocky y Terminator. Nunca nos habríamos cuestionado sobre el sinsentido de la vida tan bellamente expresado en "La dolce vita" de Fellini. Nunca nos hubiéramos emocionado con Chaplin pidiéndole a Paulette Godard que sonriera a pesar de todo, al final de "Tiempos modernos". Nunca nos hubiéramos enterado que la música de Tchaikovsky podía tener un trasfondo biográfico del autor tan intenso, como el que muestra Ken Russell en "La otra cara del amor".

En una reveladora entrevista que le hizo Valentín Trujillo hace un año y medio en "El Observador", Manuel confesó que Cinemateca logró zafar de la censura militar en los años 70 y al mismo tiempo, eludió la comodidad que hubiera significado apoyarse en un sector partidario militante. Recuerdo el enojo de mis amigos comunistas de aquella época cuando Cinemateca estrenaba obras inmensas de directores rusos disidentes como Andrei Tarkovsky y los polacos Andrzej Wajda y Jerzy Skolimowsky. Criticar la ortodoxia soviética en la época actual es tarea fácil, pero hacerlo cuando aún no había caído el muro de Berlín y muchos seguían creyendo en sus falsos paraísos como un dogma, fue un acto de independencia digno del mayor aplauso. El protagonista era el cine, más allá de los encuadres políticos. Podíamos admirar la notable escena de la escalinata de Odessa en el muy prosoviético "Acorazado Potemkin" de Eisenstein, y al mismo tiempo cautivarnos con "El hombre de hierro" de Wajda, película que dio un impulso formidable al sindicato "Solidaridad", que acabó con el comunismo polaco.

Recuerdo que en aquellos años me enojaba mucho con Manuel, porque en sus columnas críticas expresaba cierto desdén por dos directores que yo amaba: Fellini y Polansky. Con los años entendí lo que significa ser un gran gestor cultural: a él no le agradaban, pero eso no impedía que los programara siempre, a sabiendas de que más allá de su gusto personal, había que ver esas películas.

Y hay un significado más en esa imagen de la luz que derrota a la oscuridad. Manuel también me enseñó, con su ejemplo, que el objetivo principal en la vida es el de construir cultura, aunque esto signifique no hacer dinero. El publicista Francisco Vernazza me contó una vez que Martínez Carril era su amigo de la juventud. Que era una mente brillante, el más inteligente de su generación, y que al enfrascarse en la difusión del buen cine, en cierto modo había postergado su éxito personal en lo económico. Pancho me dijo algo así como que "si con esa inteligencia que tiene Manuel se hubiera dedicado a hacer plata, sería multimillonario". Pero eligió un camino bien distinto. Al ser Cinemateca una organización de la sociedad civil, sin fines de lucro, en sus momentos de auge reinvirtió sus utilidades en una gran red de salas de exhibición. Cuando la crisis vino a caballo de la televisión para abonados, los videoclubes y Youtube, donde hoy se pueden ver gratis y con un clic prácticamente todos los grandes clásicos del cine, la misión de exhibición de Cinemateca se tornó obsoleta, los socios decrecieron y empezó a peligrar su supervivencia. La institución recurre por primera vez al apoyo estatal. Se le solicita un "plan de negocios" (como si el buen cine los permitiera) y se le impone una agencia de publicidad, que si no recuerdo mal crea mensajes absurdos, inentendibles, más preocupados en ganar premios en festivales de creatividad, por lo bizarros, que en captar nuevos socios. Nadie en el gobierno se preguntó si Cinemateca Uruguaya no merecía ser subsidiada como último reducto cultural, en un país invadido y sodomizado por la peor televisión argentina y la más industrial producción hollywoodense.

Cuando se habla de subsidiar la cultura, los tecnócratas que hoy formulan la ley de inclusión financiera y paradójicamente la publicitan con una canción de Sui Generis, desenfundan el revólver. No entienden que si el mercado entroniza determinadas expresiones de baja cultura, el estado tiene la obligación de contrapesar esa decadencia, facilitando el acceso del público a las más altas.
Descreen incluso de la diferenciación entre alta y baja cultura, como si el éxito comercial de Ricardo Arjona lo avalara tanto como el genio de Mozart.

A raíz de esta lamentable pérdida, el artista plástico Fernando Álvarez Cozzi posteó un interesante comentario en su perfil de Facebook. Ubica a Martínez Carril entre las tres personas a quienes "la cultura artística uruguaya les debe mucho", junto a Coriún Aharonián y Ángel Kalenberg. "Queridos y odiados al mismo tiempo; pero nadie puede negar que gracias a Manolo estuvimos al tanto de lo mejor del cine internacional, de ese que no es Hollywood. Gracias a Coriún estuvimos informados de toda la vanguardia musical. De aquella vanguardia de música aleatoria y electrónica que si no hubiera sido por el Núcleo de Música Nueva, nunca hubiéramos podido oír. Lo mismo Kalenberg. Bajo su dirección, el Museo Nacional de Artes Visuales trajo muestras importantísimas como las del surrealismo, con obras de Dalí, Picasso, Arp, Ernst, etc; Paul Klee, la Bauhaus, parte de la colección de los Museos Vaticanos, Hermitage de Moscú, Grabados de Goya, grabados de Rembrandt, Yannis Kounellis, Yoko Ono, Joseph Beuys y otras tantas grandes muestras que ahora sería largo enumerar". Álvarez Cozzi cierra su reflexión con una pregunta clave: "¿el recambio de esta gente existe? Cuando ya no quede ninguno de ellos, ¿hay sustitutos?" Mi primera respuesta (ojalá algún lector me desmienta) es que no los hay. Mi sensación es que la accesibilidad a los bienes culturales que hoy nos da internet es la mayor de la historia, y sin embargo, va de la mano de una carencia total de figuras rectoras que señalen la calidad, separando la excelencia de la porquería. Detrás de la fantasía pueril de que todo es relativo, la calidad artística deja de ser la principal vara de medida. Lo importante es consumir, sea lo que sea, y la profundidad de la crítica de antaño se ha convertido en las puteadas baratas de las redes sociales de hoy.

No hay duda que en el estado actual del acceso a bienes culturales, no debería ser la exhibición la misión principal de Cinemateca. Pero sí debe serlo, y todos los uruguayos tenemos que ayudar a que lo sea, el análisis, la valoración y la popularización del buen cine de todos los tiempos: el de los clásicos que en esta tontería posmoderna "pasan de moda" y el de las películas actuales que pertenecen a países no bendecidos por los monopólicos canales de distribución de Hollywood.

Hablando de Hollywood, de esa meca fermental y contradictoria nació una bella película de Frank Capra que se llama "Qué bello es vivir". La anécdota es sencilla: un hombre bueno sufre un duro fracaso económico, por el que decide suicidarse, tirándose de un puente. Aparece a su lado un ángel caricaturesco, un personaje cómico vestido de blanco con alitas. Nuestro protagonista le dice que hubiera preferido no haber nacido. El ángel le concede un extraño deseo: que él pueda ver qué hubiera pasado con la ciudad, de nunca haber existido. Viviendo esa pesadilla, el personaje comprueba que su mujer se hubiera convertido en una solterona gris, que sus hijos nunca hubieran nacido y, lo peor de todo, que al no haberse dado su ejemplo de honestidad, en la ciudad se habrían multiplicado casinos y locales de mal vivir.

Por supuesto que esta película la vi en Cinemateca.

Ahora me pregunto qué hubiera sido del Uruguay si Martínez Carril no hubiera existido.

Ahora me pregunto qué será de este Uruguay frívolo y tinellizado, sin él.