Todas nuestras tradiciones y expresiones culturales y las de nuestros antepasados indígenas y africanos fueron banalizadas, disminuidas, menospreciadas por una cultura dominante europeizada que desconoció durante siglos la existencia de las otras dos raíces avasalladas originarias de la uruguayez, contrapeso minoritario enfrentado a un único modelo social estructural, hegemonizante y jerarquizado sobre las vertientes étnicas vulneradas que hoy tenemos obligación humana y cultural de rescatar.
El Frente Amplio gobernando, ha sido para la afrodescendencia uruguaya, un enorme sueño hecho realidad, un encuentro, una cobijante colcha de retazos de la que somos feliz parte.
Un proyecto-país de convivencia. Camino posible hacia la ansiada igualdad que se abre con realidades concretadas en acciones afirmativas y en políticas públicas que atienden la problemática específica del colectivo y sus complejidades étnico-raciales.
Claro que hay cuestiones por resolver, sin embargo, encontrar eco, sensibilidad y permeabilidad en los organismos de Gobierno ya es un gran paso. Y hay muchos logros.
Por eso seguimos apostando a los cambios que propone y realiza en su agenda de derechos la coalición de izquierdas.
Los votamos y los votaremos claro que sí.
Algunos de nuestros y nuestras referentes hemos encontrado espacios en los diferentes sectores frenteamplistas y esto no solo nos motiva, sino que nos integra y alienta a trabajar en conjunto por el Uruguay que queremos.
Un legislador o legisladora afrodescendiente o representante de gobierno donde sea que le toque trabajar, no estará exclusivamente para temas concernientes a los afrouruguayos, pues la tarea estatal exige el bienestar de la comunidad en su inmensa pluralidad. Eso nos obliga a interactuar y enriquece la ciudadanía, porque la identidad uruguaya se nutre de nuestras diferencias.
También ha sucedido a la inversa; un afro ha llegado a lugares de decisión gubernamental sin la bandera de la defensa de la negritud, por puro mérito político propio sin color de piel como emblema, y luego la comunidad afrodescendiente se ha encargado de cargarle la mochila.
Está bueno que así sea.
Esa dialéctica multicultural -en tanto hablemos de diálogo plural en equidad- hace al quehacer cívico de una democracia que se precie.
Que la diversidad sea la riqueza y que vivamos íntegros e integrados en felicidad pública.
La educación inclusiva aún deberá recobrar la profundidad moral de los conceptos y valores defenestrados y enseñar el tesoro cultural inmaterial africano. Habrá entonces formas de revalorizar en su real dimensión los quilombos pasados con los actuales, reivindicando la historia compartida, los orígenes, las penurias ancestrales y epopeyas de dolor que integran la memoria afro y en definitiva; la Historia Uruguaya.
Los compatriotas de distintos colores, reconstruiremos y preservaremos los espacios de libertad y justicia social.