Montevideo PortalColumnistas
Paramus

Paramus

Columnas y análisis. Por Jorge Jauri

Sobre el autor

Analista de riesgo, periodista

Más columnistas

imagen del contenido Escribe Ana Jerozolimski
“Al ver las imágenes de Juan Guaidó regresando a su país (. . . ) lloré de emoción.
imagen del contenido Escribe Esteban Valenti
La diferencia en los indicadores de la violencia entre los barrios de la costa y del norte y el oeste de Montevideo corresponden prácticamente a dos países diferentes.
imagen del contenido Escribe Pablo Mieres
imagen del contenido Escribe Eduardo Gudynas

Precisión de un fundamento de voto positivo

12.Oct.2009

Quince días atrás intenté explicar la inconveniencia de la recreación de un sistema de mayorías legislativas absolutas procurando asociarlo a riesgos que no sólo multiplican los que afectan al país sino a la propia izquierda. No soy tremendista ni veo dentro de esos riesgos ninguna fractura de las que unos u otros anticipan en esta pobre campaña, adjudicándole al adversario el principio del mal. Mi decisión de no votar al FA el 25 no tiene nada que ver con quién es su candidato presidencia y ya discutiremos eso en noviembre de ser posible. Asustado por la marginación de los problemas de la libertad, del republicanismo democrático, de la tecnología de la gubernamentaliad[i], conjuntamente con los de la propia esencia afectiva y racional de la izquierda, procuré activar una discusión que no se puede aplazar porque hacerlo sería contribuir a un evasión más de la realidad, ahora demasiado costosa.

Esa reflexión, como tantas otras, ha sido abortada por los imperativos de la oportunidad y de fuerza mayor por los tolerantes, o descartada absolutamente por el imperativo de ganar ganar. Afortunadamente, entre los primeros han opinado muchos de aquellos amigos y compañeros de ruta que entienden o sospechan la razón que me impulso a hacerme cargo públicamente de lo que había decidido. Ellos nos amparan; a todos y a mi mismo en particular.

Todos entienden que tenía opciones agregadas para que mi decisión personal tuviera un ámbito de discusión mayor y que, eventualmente, incidiera un poco más en las decisiones electorales. No importa cuales fueron, alcanza con saber que renuncié a ellas. Menciono esto porque tiene que ver con la esencia de ese fundamento de voto explicitado: si hay algo que esta campaña electoral ha precipitado es la duda, la reflexión interior, la necesidad de asumir la ciudadanía responsable en su acepción elemental y previa a cualquier otra precipitación. Discrepo con el simplismo de atribuir esa prosperidad de la duda a una decisión negativa similar a aquel brutal “Que se vayan todos.” Creo que las reservas de muchos electores atentos han sido activadas. Detrás del ruido y la grosería aparece la reflexión de los individuos sobre si mismos antes que nada. Algo así como aquel “conócete a ti mismo” y la consecuente “inquietud de si” que Sócrates le reclamaba a los efebos que otros perceptores preparaban para gobernar en las prácticas del ejercicio militar o la publicidad del “bien común” como objetivo que se explicaba por si mismo, sin mucho fundamento intelectual que no fuera la perpetuación infinita del poder absoluto.

El desarme institucional

Es que no alcanza con abjurar de la pobre representación política, votando o no a quienes aspiran a la renovación de sus mandatos. Es importante reconocer que antes que esa representación defectuosa hay algo que no está siendo bien resuelto en el interior mismo de un ciudadano que define su voto a desgano: “porque es el mal menor”, contrariado, incómodo.

¿Es que pude obviarse la contradicción de lo que aparentemente es “el mejor gobierno, de los mejores” y la sustentabilidad de su política en el entorno de un sistema institucional crecientemente degradado? ¿O es preciso explicar porqué no figura al tope de los programas la autonomía económica y una exigibilidad dura de eficiencia del Poder Judicial asociada a mayores recursos y apoyo ciudadano? Pero si esto ya ni funciona como reivindicación de una institucionalidad mayor esgrimida otrora por los magistrados y la Corte, quienes ahora parecen haberse contentado con los importantes aumentos reales de sus salarios.¿O porqué no figura, a renglón seguido, la revisión de las disposiciones que han sumido a las instituciones reguladores URSEC-URSEA, o el órgano competente instituido por la Ley de Competencia votada por este gobierno en la estructura jerárquica del Poder Ejecutivo? O ¿porqué no hay tampoco línea alguna que procure dotar al Banco Central de los atributos elementales que tiene cualquier regulador monetario y financiero en el mundo, comenzando por el formidable Banco Central brasileño —primero que nada rotación de Directores en ciclos diferentes al de la elección nacional? O, ¿porqué nadie acepta defender realmente la calidad de la enseñanza universitaria o de la propia Universidad pública exponiéndola al juego de la competencia, intentando legislar en tanto en sentido contrario de la promoción de un organismo regulador de la enseñanza universitaria con mayorías también absolutas del statuo quo actual, como se acaba de hacer?

¿Realmente y sobre todas las cosas, a qué le tenemos miedo los uruguayos que ven en el desafío de la confrontación y la negociación legislativa en serio un problema antes que una necesidad? Sería demasiado liviano si me respondiera precipitadamente y con una convicción absoluta que no tengo: a la libertad.

Eficiencia gubernamental

Inmediatamente al fundamento de impedir que las mayorías legislativas absolutas engarzadas funcionalmente con el corporativismo colidan con la libertad y la democracia, mi opción surge desde una matriz de riesgo muy concreta. Aquella desde la cual se evalúa la posibilidad real que un gobierno afronte y decida correctamente opciones complejas de gubernamentalidad sin que la institucionalidad democrática funcione a pleno. A la velocidad que marcha el mundo y sus transformaciones, le tengo un miedo terrible a la permanencia de un tipo de selección, discusión y definición de temas complejos sin contar con todos los mecanismos de funcionamiento democráticos disponibles. El juego de la oposición republicana de intereses no es adorno. Habilita o no a la democracia a cumplir su rol de producción y cuidado de la inteligencia de las naciones. Ese atributo tan olvidado o despreciado por los dueños de las verdades absolutas no depende del voluntarismo o las circunstancias. Es producto de una fuerte institucionalidad o, sencillamente no existe. Las instituciones son fuertes porque la norma las instituye pero, sobre todo, porque sus integrantes y el juego de oposición de intereses y capacidades se expresa realmente. Y se expresa detrás de ventanales muy transparentes abiertos a un público convocado a observar, controlar y educarse mirando ese juego. Esas mayorías volverán a ser legitimas de darse el caso. Lo que no supone que sean convenientes. Ni para la acción inteligente de cualquier gobierno exigido por la realidad, ni para una fuerza política que aún no está pudiendo afrontar sus desafíos de refundación con la valentía de sus fundadores.

Es que realmente, además de afirmar la sustentabilidad de largo plazo de esa relación de bienestar creciente y desarrollo humano, hay que resolver problemas complejos e inmediatos. Los que son difíciles por definición. Tanto como dolorosas o costosas son, en general, sus soluciones. Esto tiene que ver con la política internacional, con la educación, con la Reforma del viejo e intocable Estado batllista, con la dotación de independencia subordinada al Senado del armazón regulador de ese nuevo Estado, con la sustentabilidad de la costosa y arriesgada reforma de la salud. La dinámica de transformación tributaria abierta por la primera reforma tributaria exige cambios de orden mayor, los que habrá que pensarlos y sustentarlos en un ciclo en el cual la recaudación real ya no crece al 15% real sino que comienza a ostentar caídas fuertes en términos reales que acotan todos los márgenes de acción. Otros son de rango aparentemente menor, pero también exigen algo más que la mayoría de los brazos mandatados por una disciplina partidaria que sólo puede evadirse renunciando a la banca como debió hacerlo el ex diputado Chiflet.

Los afectos reales

La última o quizás la más importante de las razones que han decidido mi voto del próximo 25 tiene que ver con una perspectiva de reconstitución de una fuerza política compadecida de su memoria pero dispuesta a sufrir los dolores de la verdad; basada en los afectos, presuponiendo en ellos, la gratitud de la tolerancia y el respeto al otro. Todos nosotros continuaremos de una u otra forma, intentando sentirnos bien participando en el quehacer público. En particular, yo aspiro a participar en un espacio en el cual la delegación de soberanía personal, la aceptación de los costos de la unidad tengan sentido real. La izquierda no va a poder procesar ordenada e inteligentemente sus diferencias en pro de una refundación de ese tipo de unidad, atenazada en prácticas que ofenden su historia. Pero, sobre todo, no lo va a poder hacer soslayando este tipo de decisiones imponiéndose el tratamiento de temas delicados en los ámbitos cerrados de las sedes partidarias. No quiero ver de nuevo los desgarros de la frustración haciendo estallar los muros y los lemas. No puedo aceptar vivir en la esquizofrenia de lo que se hace pero no se dice porque eso, antes que lo utilice el presunto enemigo, nos llena de fragilidad y nos aleja de la verdad. Necesito reencontrarme con los afectos que, ahora, ya no pueden forjarse en la oposición al otro, sino en la afirmación de la vida y la admiración de quienes deciden vivirla como ella se merece.



[i] Gubernamentalidad en su acepción real: tecnología del gobierno.