Tiene más de cuatro décadas, y tan campante. Ha surcado todos los mares. Asediada por fuerzas enemigas, sus artilleros destrincan los cañones para el combate. 

" /> Almirantes y marineros - Rafael Paternain / Columnistas - Montevideo Portal
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Sobre el autor

Sociólogo. Profesor e investigador en el Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República). Primer suplente al senado por el sublema Casa Grande (Frente Amplio).

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Almirantes y marineros

03.Abr.2015

Tiene más de cuatro décadas, y tan campante. Ha surcado todos los mares. Asediada por fuerzas enemigas, sus artilleros destrincan los cañones para el combate. 

Rodeada sólo de mar bravío, se la ha visto dar golpes sobre las olas. No han faltado días de calma, sin más noticias que el viento que silba en la jarcia. Ha tocado puerto una y mil veces, en ocasiones con bajas y destrozos. Hoy es la embarcación más renombrada, el destino más anhelado y la esperanza de la gran mayoría de hombres y mujeres que esperan en tierra.

Los viejos almirantes, orgullosos de su casta, se disputan el mando. Luego de un tiempo de zozobra, imponen de nuevo la disciplina y la limpieza, el orden y la previsión. Miran bien lejos, trazan rumbos, bordos y abatimiento, y cuando descienden a camareta para ojear la carta náutica y confirmar posición, le ceden el timón al capitán de fragata que cae en gracia. En ocasiones solemnes hablan del pasado y evocan a los emprendedores y pioneros que nos han forjado. Sostienen que hay que recuperar los valores perdidos y demostrar que el rudo oficio de la navegación también tiene un rostro humano.
Recostados en la brazola, junto al timón, los que mandan contemplan el movimiento de oficiales, prácticos e infantes de marina. Todos se prodigan en halagos y cultivan la obsecuencia. Agachan la cabeza si son reprendidos por algún error. A distancia parece que son ellos los que gobiernan. De cerca, en el mejor de los casos, apenas llegan a cornetín de órdenes. No faltan los que arengan y cultivan el autobombo, los que aplauden sin necesidad, los que gritan fuerte que lo más importante es el proyecto, mientras con astucia se aproximan al puesto de mando.

Aunque allí las posiciones ya están tomadas por hombres con vocación de custodios del templo. Bullangueros y altaneros, muchos navegan desde las primeras horas, y han ganado su lugar en base a buenos consejos y mejores aportes en metálico. Discretos y enigmáticos, otros despuntan gracias a secretas complicidades tejidas en tierra.

El resto de la tripulación es numerosa y variada. Predominan las manos ásperas, la piel quemada por el salitre, las arrugas y las cicatrices. Hombres sencillos y duros, no siempre son reclutados por su honradez. En cada viaje se suben unos cuantos. Taimados y pendencieros, sólo buscan el favor, la ventaja. Son capaces de jurar lealtad a cinco jefes distintos en el mismo día. Cambian de bandera y se sienten aptos para continuar con sus pillajes. Mañana se habrán ido y vendrán otros, siempre y cuando los vientos sean favorables. Y se escuchará a un oficial decir: "son necesarios".

En otras zonas de la nave, un puñado de marineros trabaja poco y critica mucho. Han estado antes en posiciones de influencia, o han querido estarlo y no han podido. Lamentan el rumbo errático y el carácter débil de los almirantes. Resentidos porque las cosas no han sido de su agrado, declaran enemigos a todos aquellos que les disputen el monopolio de la verdad. Ignoran a qué velocidad se navega, cuáles son las demandas de la gente y qué tanto ha cambiado los vientos y los mares.

Pero en la base son mayoría los hombres honestos y laboriosos. Orgullosos de su embarcación, dejan en ella sus mejores horas. Arriesgan su pellejo, empujan sin esperar nada a cambio, festejan cada logro. Recuerdan a sus muertos con renovado calor, porque ellos ya son poseedores de la verdad. Hacen que sus pasiones fructifiquen en com-pasiones, en sentir con los otros, en desear junto a todos -sea ilusión o no- el deslumbramiento o el consuelo de ese viaje que no termina, pues al fin y al cabo sólo navegar es necesario.

 En tiempos del "vamos bien" y las certezas, cada tripulante cree que el rumbo depende de sí mismo, de sus buenos motivos, de su moral y sus intereses. Frente a cada vela que se hincha por un viento fuerte o al mar pegando de verdad, confían en sus comandantes, bien porque conducen con aplomo y autoridad, bien porque los viejos lobos de mar saben hacer las cosas justas en el momento justo.

Sin embargo, el barco también se mueve por fuerzas externas. Casi siempre son los mares caprichosos los que lo llevan a dónde quieren. A veces son los cantos de sirenas que prometen el sueño de una comunidad de iguales, con un solo dios y el rigor de la ley. Otras, son los llamados al abordaje para acabar con los enemigos, portadores del mal, los vicios y la corrupción. En todos los casos, las decisiones sobre el destino se toman en lugares indescifrables.

Sí, la nave los contiene a todos. Y mientras va, muchos piensan y conversan. Oficiales bien formados dudan sobre dioses y soberanos. Desean rumbos nuevos sin renunciar a las labores que imponen el ruido de los vientos y la furia de los mares. Proclaman un golpe de timón, con convicción y responsabilidad.

Prácticos, infantes y marineros conocen a la perfección las averías, saben dónde están los riesgos, sufren cada grieta y, lo que es más importante, padecen las distancias que existen entre los principios más elevados que se emiten desde el puesto de mando y las realidades más banales en cubierta. Por eso critican, aconsejan, ofrecen su pericia práctica, y no dan nada por aceptado. Abominan de los resentidos que los tildan de colaboracionistas tanto como de la sensatez cínica que se descompensa si algo se mueve.

Muchos se organizan -sin mayor destreza- para la unidad de los "abajo", pues ya no se disimulan las fallas, ni las desigualdades, ni las fricciones de culturas, ni los sentimientos de injusticia. Si todo viaje tiene sus razones, no olvidan el sentido del buen vivir, la libertad, la autonomía y la emancipación. No abdican del compromiso y la lealtad hacia esa bandera de tres colores. No renuncian a lidiar con el trabajo pesado para que la vida a bordo sea más justa y soportable.

Su intuición marinera les advierte sobre los nuevos aires. Llegan desde la costa. Hombres y mujeres que reclaman por sus derechos a ser parte de ese viaje, en condiciones de igualdad. A conducir sus destinos desde todos los lugares, incluido el puesto de mando. El poder debe ser cedido para que las formas de gobierno sean otras. El honor, la gallardía y el coraje son palabras que usan los hombres que mandan para perpetuar su dominación, pero con ellas ya no se llegará a donde se quiere.

¿Por qué estamos todos en este barco? ¿Quiénes son los que más se benefician con nuestro esfuerzo? ¿Conocemos bien a nuestros compañeros de ruta? ¿Hacia qué horizonte nos movemos? En esa hora que rompe el alba, casi entre dos luces, los que no han logrado conciliar el sueño se hacen esas y otras preguntas. Minutos después, esas dudas quedarán disipadas por los ruidos en cubierta, las órdenes que se imponen y el ir y venir que indican que la embarcación prosigue su marcha.