Así son las cosas. El martes 14 de abril me tocó asumir por primera vez en el Senado de la República. A las pocas horas, los restos de Eduardo Galeano fueron velados en el Salón de los Pasos Perdidos. En su sesión plenaria, el Senado aprobó una convocatoria de la Asamblea General para rendirle homenaje y realizó un minuto de silencio. 

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Sobre el autor

Sociólogo. Profesor e investigador en el Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República). Primer suplente al senado por el sublema Casa Grande (Frente Amplio).

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Galeano y el minuto de silencio

23.Abr.2015

Así son las cosas. El martes 14 de abril me tocó asumir por primera vez en el Senado de la República. A las pocas horas, los restos de Eduardo Galeano fueron velados en el Salón de los Pasos Perdidos. En su sesión plenaria, el Senado aprobó una convocatoria de la Asamblea General para rendirle homenaje y realizó un minuto de silencio. 

Durante ese minuto, la emoción no impidió que los recuerdos se acumularan en turbión.
Recordé los años de descubrimiento de nuestra generación "crítica". Muchos habían fallecido, otros estaban en el exilio y ya no regresarían, y un puñado estaba próximo a volver. Eduardo Galeano, entre ellos. En mi casa circulaban anécdotas de todo tipo sobre aquellos hombres y mujeres que marcaron a fuego toda una etapa de nuestra cultura. Allí escuché que el joven periodista -brillante y rebelde- se atrevía a impugnar la grandeza del Quijote, juicio que supo rectificar de inmediato. Galeano formó parte de las lecturas ineludibles durante los primeros momentos de la democracia recuperada, pero lejos estaban de ser las únicas: Quijano, Ardao, Real de Azúa, ayudaron a componer un panorama más completo.
Con la misma fuerza llegó a mi memoria el tiempo de la "crítica de la crítica". Con la experiencia del socialismo real al borde del colapso y con la expansión ideológica y cultural del neoliberalismo, la deconstrucción de los referentes de "izquierda" fue implacable: editorialistas del realismo, ideólogos de la nueva modernización, predicadores contra el país "resentido", jóvenes iconoclastas de la cultura que la emprendieron contra todo hasta que se transformaron en asalariados de la televisión. Para bien o para mal, el mundo estaba cambiando.
Por esos años leí por vez primera Las venas abiertas de América Latina, un libro que marca e impregna. Tiempo después, en el contexto de una revisión de interpretaciones sobre América Latina, lo volví a leer, y el entusiasmo ya no fue el mismo. Pero la fuerza de ese ensayo político en nada había menguado, y algunas razones bosquejé durante el minuto de silencio en la sesión del senado.
Galeano hizo de la historia y la memoria herramientas de conocimiento y emoción, y por encima de detalles historiográficos nos aleccionó sobre algo decisivo: en el origen de cualquier cosa siempre hay un acto de violencia que luego acompaña al devenir como la sombra acompaña al cuerpo. Asumió en Las venas abiertas una postura propia de la época: el subdesarrollo latinoamericano debía entenderse como parte de la lógica del propio desarrollo del capitalismo a escala mundial. Fabuló sobre las peripecias de variadas figuras subalternas, invirtiendo toda la escala jerárquica que alimenta nuestras miradas etnocéntricas.
A diferencia de lo que se señala con ligereza, ayudó a dudar de las verdades ritualizadas, de los lugares comunes construidos por las burocracias o el mercado y de los discursos disciplinantes del poder. Ejerció la crítica según el modelo cultural de su época sin renunciar al combate, al entusiasmo, a la decepción, y también al silencio. Sus omisiones, su distanciamiento y su independencia de carácter dicen mucho sobre su forma de interpretar este mundo de la globalización, y más dicen todavía sobre la exigente tarea crítica que nos aguarda.
Son demasiadas razones políticas e ideológicas de fondo como para no esperar reacciones miserables y pedantes de quienes se presumen más allá del bien y del mal, y a resguardo de cualquier simplificación. La crítica de la crítica se reactiva en estos días bajo los ropajes más insospechados.
Son demasiadas razones también para impedir que la tradición del pensamiento crítico quede huérfana. Galeano representó un tiempo que ya no es el nuestro. Fue un tipo de intelectual que hoy no tendría condiciones materiales y sociales para prosperar. De aquellos motivos revolucionarios hemos transitado hacia ideales más modestos y desencantados, como el crecimiento económico, la competitividad externa y la difusión de la sociedad de la información. Las pulsiones utopizantes han devenido en cinismo o desconcierto, debilidades que nunca atraparon a Galeano.
Hoy nos enfrentamos a una sociedad que exige nuevas interpretaciones y compromisos políticos. En la historia del pensamiento mucha agua ha corrido por debajo del puente, ya desde la teoría social y política, ya desde la filosofía o la economía. Aún así, sabemos que existen tradiciones del pensamiento social de América Latina que todavía tienen cosas para decir. Advertir sus dificultades, calibrar sus imprecisiones y unilateralidades no significa acompañar su caída o su descrédito como una forma de liberación. Al contrario, habrá que reconstruir sus contenidos para poder seguir alumbrando nuevas imágenes sobre la realidad social y cultural de nuestro continente.
Reanudada la sesión del senado, la imagen se imponía sin resistencia: después de Rodó y su Ariel, sólo Galeano adquirió el estatus de uruguayo universal a través de un ensayo político. Intelectual inclasificable, tal vez su verdadera profesión haya sido la de combatiente en las filas de eros, pues sólo allí cabe imaginar la verdadera aventura de la libertad.



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