Hernán Bonilla
Esta época del año, de brindis, balances y deseos hacia el futuro, es propicia para dejar de lado los temas de la coyuntura y mirar más allá del horizonte inmediato. Olvidemos por hoy los problemas urgentes para pensar cómo sería el país en que nos gustaría vivir. Ese país que amamos, el Uruguay, pero no como es, sino como lo soñamos.
Tendríamos una economía que crece con estabilidad, sin ciclos pronunciados, con los indicadores sociales mejorando año a año. Para eso habríamos creado una regla fiscal, de forma que los ahorros en tiempos de prosperidad subvencionaran los gastos en tiempos de recesión. No tendríamos crisis económicas pronunciadas y por lo tanto, tampoco graves crisis sociales.
La educación dejaría de estar en manos de camarillas de sindicatos que atentan contra los propios docentes y los alumnos, y estaría descentralizada. Cada escuela y liceo sería responsable por sus resultados, los que serían públicos y todos los uruguayos podrían elegir dónde enviar a sus hijos. Los mejores docentes irían a los contextos más críticos, porque tendrían allí mayores salarios, y las escuelas serían de tiempo completo con buena educación en computación e inglés. Secundaría dejaría de ser tierra de nadie para volver a ser orgullo nacional, primando el respeto a los docentes, buenos programas exigentes, y la disciplina indispensable en todo centro de estudios. La Universidad dejaría de ser el homenaje al despilfarro y la injusticia social que es hoy, para forjar profesionales actualizados, investigadores útiles al país y realizar una tarea de extensión que beneficie a la sociedad que la subsidia sin obtener nada a cambio.
La seguridad pública dejaría de ser un problema, porque el Ministerio del Interior respaldará la actuación de la policía, le daría el equipamiento necesario y la planificación en la prevención del delito haría descender notablemente las tasas de criminalidad. Los crímenes violentos dejarían de existir, porque sus autores sabrán que serán apresados y tendrán que cumplir sus penas. Las cárceles dejarían de ser centros de tortura, para ser, como manda nuestra Constitución, centros de rehabilitación. La violencia doméstica desaparecería, porque cada uruguayo denunciaría cada caso que conociera, cada mujer que la sufriera sabrá que será defendida y aquellos que perpetúen la infamia serán condenados por la sociedad y con cárcel.
Nuestra capital dejaría de ser sucia, gris, oscura, insegura, para que los montevideanos podamos volver a ver lo hermosa que realmente es. La Intendencia sería gobernada por personas competentes y Adeom dejará de ser estigmatizada por la población porque el gobierno sabrá mantenerla a raya. Habrían nuevos equipos que permitan mantener la ciudad limpia y suficientes turnos de funcionarios. Los clasificadores trabajarán en plantas especiales, con salarios y condiciones dignas sin ensuciar la ciudad. No habrá más niños trabajando en los carritos porque todos estarán en la escuela. Tendremos las calles en buenas condiciones, los árboles se podarán, las plazas y espacios públicos volverían a ser centros de reunión para cada barrio, las luces del alumbrado púbico estarán encendidas de noche e ir a la Intendencia a hacer un trámite dejará de ser una experiencia traumática.
Nuestro país exportaría e importaría bienes y servicios a todo el mundo porque tendrá tratados de comercio con cientos de países. De esa forma no sólo crecerá la economía sino que lo podrá hacer de forma más sostenida, evitando las crisis regionales. El Mercosur volvería a ser un acuerdo económico, sin Parlamentos ni pérdida de soberanía frente a Argentina y Brasil. Nunca más cederíamos a presiones de gobernantes extranjeros para determinar nuestra política exterior, cumpliendo el sueño del Presidente Berro de “nacionalizar nuestro destino”. No tendríamos problemas para exportar a Brasil y Argentina, porque nuestros productos serán demandados por su calidad y precio por todo el mundo. Los uruguayos podríamos acceder a todo tipo de bienes sin aranceles exagerados ni prohibiciones absurdas.
Se eliminaría el IRPF y el IASS, y el sistema tributario sería fácil de entender y de pagar. El costo del Estado bajaría a la mitad y bajaría el IVA y los demás impuestos al consumo. Cada uruguayo sería más libre decidiendo que poder hacer con su propio dinero, aumentando la eficiencia de la economía y la capacidad de cada uno, hoy cercenada, de realizar las obras de beneficencia y solidaridad que desee. Los planes sociales ayudarán a las personas en situaciones complejas y no a los partidos y los burócratas que las ejecutan. Al final, los planes serían tan exitosos que dejarían de existir por no ser necesarios. Florecería la solidaridad con nuestros mayores y las personas que no pueden valerse por sí mismas, despertando el sentimiento solidario real, que nace del corazón y no de la obligación.
Falta mucho por decir, pero el artículo ya se hizo largo. Baste entones con soñar un país en el que se cumpla el más maravilloso artículo de nuestra Constitución, plasmado en el número 132 de la escrita por nuestros padres fundadores: “Los hombres son iguales ante la Ley […] no reconociéndose otra distinción entre ellos sino la de los talentos y las virtudes.” Que cada uruguayo pueda ser libre en nuestra tierra, que el ciudadano prime sobre las corporaciones, que la democracia doblegue al fascismo cívico-sindical, que los tributos sean justos y los servicios buenos, que los más necesitados sean ayudados y no utilizados por el gobierno, que la educación vuelva a ser orgullo nacional, que el Uruguay vuelva a ser respetado en el mundo. Es un deseo de Navidad, pero el camino hacia ese destino es posible, depende de todos nosotros. Muy feliz Navidad, y el mejor año 2012 para cada uno. Hasta el año que viene.