Ana Lía Piñeyrúa
Es bien conocida la soberbia del Contador Astori y nos imaginamos cuánto debe haber sufrido ante los últimos acontecimientos en torno al escándalo de Pluna, que muy lejos está de haber concluido.
La fragilidad que demostrara en dos ocasiones en el Senado, que le impidió bajar de su muy vapuleado “trono” para defender la errática -por decir lo menos- gestión personal y de su equipo en este desastre, debe haber constituido una de sus peores desventuras.
Igual que el que calla en la comisaría, pero grita en la pulpería, Astori -amparado en la protección que le brinda el libelo, que le evita enfrentar a contradictor alguno- pretende volver a su estilo pontificador y no encuentra mejor excusa que emprenderla contra “la derecha en el Uruguay (que tiene) el objetivo obsesivo de restaurar su poder y reconquistar el gobierno en el 2014", según dijo en su última columna del Portal Uypress.
Para Astori, la derecha nacional, con el solo deseo de “restaurar”, inició una campaña en la que "No es casual que el fuego central de estos ataques se dirija con intensidad creciente hacia los dos gobiernos de izquierda en su conjunto y -muy especialmente- hacia Tabaré Vázquez y la política económica y social del Frente Amplio durante estos siete años y medio."
"El Uruguay no se merece retroceder, volver a las políticas de la decadencia, a los que explicaban el fracaso como una visión permanente, a la restauración de viejos privilegios y de formas parasitarias y perimidas, a interrumpir esta experiencia de ocho años de constante crecimiento económico, social, productivo y en todos los terrenos principales del proyecto nacional. Es que la restauración sería un enorme y carísimo retroceso histórico para el país y para el pueblo uruguayo", afirmó con dudosa valentía, pero segura soberbia, el Contador Astori.
Se equivoca Astori cuando pretende instalar en la opinión pública la existencia de una voluntad “restauradora”, en el sentido que el término se aplica al período histórico de reinstalación de las monarquías, con posterioridad a la Revolución Francesa. Sabe bien que en ninguno de los sectores que integran el espectro político nacional existe tal ánimo retrógrado.
Lo sabe bien y sabe también que actúa con malicia y temeridad, al hacer tal alusión.
Quizás no yerra en la época histórica a la que hace referencia. Tal vez, al igual que un desesperado y cruel Robespierre, vea camino del fracaso a los apetitos destructores de todo lo que construimos los uruguayos antes que el Frente Amplio accediera al poder hace siete años.
Y quizás, del mismo modo que el asesino jacobino de la Francia de entonces, pretenda emprenderla contra todos los que no estamos de acuerdo con la conducción -ni la conducta- de los gobernantes frentistas, e intente llevarnos a todos al cadalso. Aunque más no sea que al cadalso de la descalificación, basada en la mentira artera.
El arrebato de Astori es hijo de la desesperación.
Desesperación porque, no sólo están cuestionadas sus capacidades y las de los que lo rodean en el manejo de la cosa pública, sino porque se ha instalado el ánimo de sospecha en torno a sus actuaciones.
Desesperación porque sabe que está dejando de soplar el viento de cola que fuera el verdadero causante del crecimiento económico del que, felizmente, se ha favorecido el pueblo uruguayo en estos últimos años.
Desesperación porque ya se ha empezado a notar el fracaso del modelo que el Frente Amplio intentó imponer amparado en ese crecimiento y, muchos de los índices ayer en aumento, hoy muestran debilidades crecientes. Le reconocemos al Contador Astori conocimientos en materia económica y, por eso, nadie mejor que él para notar estos síntomas adversos.
Desesperación porque sabe muy bien que los estrepitosos déficits en materia de seguridad, educación, salud, vivienda, infraestructura de todo tipo y en todo lugar, así como en políticas sociales -sólo explicadas por un inmoral clientelismo político y hoy cuestionadas hasta en su legalidad-, son responsabilidad de Tabaré Vázquez y su ministro de Economía de entonces, entre otros, pero de manera superlativa de ellos.
Desesperación porque comienza a vislumbrar que apenas la sociedad uruguaya, en su mayoría, comience a tomar cabal conciencia del desastre a que nos condujeron los dos gobiernos frenteamplistas, les retire su apoyo electoral, por más que el Dr. Vázquez sea el candidato del Frente Amplio.
Adolfo Garcé, en una columna de El Observador del 21 pasado hace un análisis -con su consabida agudeza bajo el título “El candidato o la gestión”- en el que diferencia las posibilidades electorales del Frente Amplio, según base su propuesta en la gestión gubernativa o en la figura del candidato, en caso de que éste sea Vázquez, y concluye que, a su entender, en ambos casos, solo puede esperarse un descenso en el resultado electoral del conglomerado frentista.
Astori debe conocer la opinión de Garcé y de otros analistas atentos, sagaces e independientes y ello le debe conducir también a la desesperación.
Cuidado, Contador Astori. Recuerde que fue la desesperación la que llevó a Robespierre a arremeter, guillotina en mano -si se me permite la imagen- contra todos lo que a él se oponían y que fue el hartazgo del pueblo francés el que terminó por conducirlo a la misma muerte a la que el jacobino cruel había condenado a tantos.