A comienzos de julio, recién acabado el show mediático Brasil 2014, las agencias informativas internacionales nos devolvieron de golpe a la realidad política mundial. Desde entonces, día tras día hemos visto por televisión y en la web, multiplicarse en una escalada sin límites, escenas de atroz violencia en la Franja de Gaza, donde habitan bajo las duras condiciones impuestas por el bloqueo israelí un millón ochocientos mil palestinos, en un área de 385 km2 de extensión (prácticamente 2/3 de la superficie de la ciudad de Montevideo y con casi el doble de densidad de población), situada al suroeste de Israel.
Desde pasado 8 de julio, los gazatíes han venido sufriendo el ataque combinado de fuerzas israelíes por aire, mar y tierra, argumentando que se trata de una represalia a los ataques de las milicias islamistas de Hamas Del balance de los resultados de estos ataques surge con claridad meridiana la debilidad de esta justificación para la magnitud de la respuesta bélica israelí. Basta considerar la elocuencia de la comparación de las bajas de ambos bando: al momento de escribirse este artículo, el número de palestinos fallecidos ascendía a 1.902 en su gran mayoría civiles, 447 de ellos niños, mientras la cuenta del lado israelí era de 67 muertos, 64 militares y 3 civiles víctimas de los misiles de Hamas. La Franja de Gaza con barrios enteros en escombros, falta de agua y alimentos, y heridos y cadáveres por doquier, convertida en verdadera zona de "catástrofe humanitaria" es muestra inocultable de esta cruenta desproporción.
A pesar de la asimetría entre las fuerzas beligerantes, el poderoso y moderno ejército de Israel, aliado estratégico de Estados Unidos en la región, y las fuerzas irregulares de las Brigadas de Qassam, brazo armado de Hamas, los medios occidentales nos han querido mostrar relatos equidistantes. Sin embargo, el avance perpetrado por tierra y el bombardeo de varias escuelas bajo control de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) en Rafah en menos de una semana, acabó con los eufemismos informativos. Ya altos funcionarios de ONU venían denunciando lo que llamaban "vergüenza universal" y luego calificaron de "crímenes de guerra". Algunos gobiernos latinoamericanos también habían repudiado los hechos, entre ellos Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y el propio Uruguay, no sin recibir airadas protestas de las embajadas de Israel en la región y ser acusados de promover el antisemitismo.
Las agencias de noticias occidentales se esforzaron en presentar el conflicto como un enfrentamiento radical entre dos fuerzas: en un bando el gobernante nacionalismo sionista de derecha en Israel, y del otro el fundamentalismo islámico de Hamas; entre ambas la población civil gazatí, empleada como "escudo humano".
Una vez más en oriente medio gracias a las redes sociales es posible romper el cerco maniqueo. A poco de andar por la web, twitter o facebook nos enteramos de que dos corresponsales de guerra de las cadenas norteamericanas CNN y NBC fueron despedidos por cubrir hechos crudos no convenientes, por ejemplo la matanza por fuerzas israelíes de cuatro niños palestinos que jugaban en la playa.
También de la desesperación de la población palestina en la Franja, ya no solo por este el enésimo ataque, sino por las condiciones que viene padeciendo tras el bloqueo israelí a partir del 2005, que sobrevive hacinada, sin recursos ni libertad.
Es bajo estas condiciones que en 2006 el pueblo palestino tuvo el atrevimiento de elegir democráticamente y por amplia mayoría a Hamas (Movimiento de Resistencia Islámica) como representante en el Consejo Legislativo Palestino. Este movimiento fundamentalista islámico que tuvo su origen en los primeros días de la Intifada de 1987 y que plantea una lógica bélica que retroalimenta la de su contraparte con una concepción que proclama entre sus fines la destrucción del Estado de Israel, capitalizó en su ascenso tanto los fracasos políticos de la fracción palestina tradicional Fatah, como la doctrina de "fronteras seguras" y su política territorial de Estado conquistada a sangre y fuego desplegada por la dura derecha instalada en el gobierno israelí.
En junio de 2007, se enfrentó en cruentos combates a Fatah que acabaron por dividir política y territorialmente a los palestinos, quedando Hamas gobernando la Franja y Fatah en Cisjordania.
Luego de casi nueve meses de negociaciones palestino - israelíes iniciadas en julio 2013, hasta los propios delegados norteamericanos se vieron sorprendidos por la intransigencia de Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí. A pesar de las múltiples concesiones del cuestionado presidente palestino Mahmud Abbas, a finales de abril ya se evidenciaba el fracaso en los resultados.
Fue en ese momento que Abbas, discutido en la interna de Fatah, decidió acordar con Hamas la creación de un gobierno "tecnocrático", de unidad nacional, que acabara con la división del 2007. Hamas, debilitado por el bloqueo conjunto de Israel y del nuevo gobierno egipcio, así como por el impacto del conflicto sirio, finalmente aceptó. Esta fue la excusa perfecta que encontró Israel para terminar de romper las negociaciones. El líder israelí proclamó entonces: "Abbas debe elegir, o la paz con Israel o reconciliarse con Hamas". Y en ese clima estalló la guerra.
Es evidente que la prosecución implacable y sistemática de objetivos indiscriminados por parte de las fuerzas militares israelíes a pesar de la enorme cantidad de víctimas civiles inocentes, no pudo ser llevada a cabo sin el apoyo incondicional del gobierno de Obama, (proveedor permanente y de reposición en medio del conflicto de distinto tipo de armamento), con Tel Aviv, la pasividad Europea, ni del guiño cómplice desde el mundo árabe, con Egipto y Arabia Saudita agazapados a la espera del botín post bélico.
Muchos de los ciudadanos de Montevideo, bajo el apacible brillo de la Cruz del Sur, sacudidos e inermes frente al terror que azota a la población civil palestina de la Franja de Gaza, nos preguntamos cómo sumar nuestra voz - en tanto ciudadanos del mundo- al clamor de la opinión pública internacional a un cese al fuego inmediato y definitivo para dar lugar a una salida negociada, la implementación de fuertes sanciones para las violaciones al derecho internacional, la intervención decidida de Naciones Unidas, y el juzgamiento de los crímenes de guerra. Las potencias emergentes también deberán demostrar un fuerte respaldo para hacer posible esta solución.
Ambos pueblos semitas y en particular sus niños y niñas, merecen la oportunidad de tener un futuro y convivir pacíficamente bajo dos Estados en un mismo territorio, en concordancia con el espíritu de la resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947, a la que Uruguay diera un voto decisivo bajo el signo de su vocación pacifista de ayer y de hoy.
Bernardo Pérez, Héctor Acuña y Alicia Porrini
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