Tiene un cargo muy importante y un sueldo acorde a la responsabilidad. El horario es bastante flexible pero no está contento con su trabajo. Cuando me explicó los argumentos de su insatisfacción, que parecían sensatos e irrefutables, saqué la conclusión evidente: “Renunciá”. Al oír esta palabra quedó sorprendido, ya que no se le pasa por la cabeza dejar el trabajo. Como razón principal apuntó que tiene hijos chicos y no puede arriesgar.
“No arriesgues, buscá un trabajo donde sientas que podes realizarte y luego renunciá”. “En ningún trabajo me van a pagar lo que gano ahora y la familia se agrandó hace poco”, fue su respuesta inmediata. Se veía a sí mismo como alguien que tenía que resistir.
En su último libro, Los enemigos íntimos de la democracia, el prestigioso intelectual Tzvetan Todorov, apunta que el mesianismo, el ultraliberalismo, la xenofobia y el populismo son los grandes retos a superar en las sociedades occidentales. Ante la amenaza de estos movimientos, que están en el seno mismo de la democracia, Todorov invita a la resistencia. Como lo hace mi amigo con su trabajo, debemos resistir a los embates y atropellos de este mundo desquiciado.
En este contexto, el optimismo se convierte en una meta casi inalcanzable. Allí radica para mi uno de los problemas capitales: la confusión conceptual de qué significa ser optimista y entusiasta. Para muchos, es imposible ser optimista salvo que seas un ingenuo que no entiende los mecanismos, complejos y perversos, del sistema en el que vivimos. Así, el entusiasmo se desinfla y sólo queda resistir. Esta matriz es la que se debe revertir.
Para la mayoría de los habitantes de las sociedades contemporáneas, el optimismo no debe ser una meta sino un lugar de partida. No es que tenemos derecho a ser optimista sino que tenemos el deber de serlo. Seguro mi amigo y yo estamos dentro de la lista de los obligados a ser optimistas, e intuyo que buena parte de los lectores de este Portal también. El optimismo es un deber que tenemos para con los demás y no un derecho al que tenemos que aspirar. Optimismo y entusiasmo se retroalimentan el uno al otro y cambian la constelación de las cosas.
Hay tanta gente que está en situaciones de penuria, que no tiene la posibilidad de elegir, que sobrevive en la miseria material y espiritual, que los que sí tenemos la chance de construir nuestra vida estamos obligados a transmitir entusiasmo. Si el estado de ánimo nos dificulta ser optimista, debemos redoblar esfuerzos, obligarnos a salir del pesimismo o al menos no transmitirlo a los demás.
Por el contrario, lo que sucede habitualmente es que la gente empieza a padecer depresión o estrés, y así todos paulatinamente se ven a sí mismos en un callejón sin salida. Algunos resisten, otros se resignan, todos se sienten en cierto modo atrapados.
Se pierde así de vista los que verdaderamente necesitan de nuestro cuidado, porque están realmente enfermos o porque la vida les ha jugado una mala pasada y para ellos sí que es imposible ser optimistas. Es justamente por ellos y para ellos que algunos debemos ser entusiastas. Tenemos un deber.
Por suerte Todorov, además de hablar de resistencia, habla de regeneración. Aquí ya no se trata de aguantar sino de reinventarse, de asumir que está en cada uno de nosotros resolver qué vida queremos vivir y qué mundo queremos construir y legar. Menos mal.