El siglo XX marca una antes y un después para las mujeres. En distintas partes del mundo occidental, se hartaron de vivir una realidad hecha por y para los varones. Antes, hubo muchas mujeres que hicieron esfuerzos aislados, en el arte, la política, la salud, la economía, la ciencia, por entrar en las rendijas de la historia. Algunos nombres, por si alguien quisiera profundizar en las precursoras: Aspasia de Mileto, Hildegarda de Bingen, Eloísa, Teresa de Jesús, Verónica Franco, Isotta Nogarola, Loie Fuller, Marie Curie, Susan B. Anthony, Olympe de Gouges, María Bashkirtseff, Clara Campoamor, Mary Wollstonecraft… todas ellas, mujeres que ingresaron por los huecos y las grietas de una vida pública que las empujaba a estar en la oscuridad.
Todos los ejemplos no dejan de ser pocos si se lo compara con la cantidad de mujeres que vivieron en épocas anteriores a la nuestra. Son solo algunos relámpagos en medio de una oscuridad que la historia no cuenta. En el siglo pasado, aquellos esfuerzos aislados de mujeres a lo largo de milenios, confluyeron en un vendaval: salir del hogar, dejar se ser objetos y musas inspiradoras, ensuciarse las manos con los hechos de su tiempo, estudiar, emprender actividades autónomas, exigir derechos y oportunidades. El movimiento feminista se consolidó y cambió la configuración de la vida pública contemporánea.
El punto de partida de la lucha de las mujeres fue la palabra. Hasta que algo no se nombra, no existe. Si no logramos articular lo que pasa en un discurso, entonces es que como si no pasara. Sólo nombrando los hechos que nos atañen, pensaron las mujeres, estos pasarán ser reales para todos. El ejemplo más emblemático fue el de la “violencia de género”, algo que existe hace miles de años pero que sólo en las últimas décadas vemos como una realidad precisamente porque se ha nombrado.
Desde 1977, el 25 de noviembre es el Día Internacional contra la Violencia sobre la Mujer. Distintos países informaron sobre cifras, tendencias y políticas para paliar este mal que nos acompaña desde siempre. En el mundo, una de cada 3 mujeres asesinadas muere a manos de su pareja. En el caso particular de Uruguay, hay una denuncia por maltrato cada 31 minutos; 25 mujeres fueron asesinadas en lo que va del año víctimas de la violencia de género. Aumentaron en un 42% las denuncias por maltrato respecto a 2011. Se debe ser cauteloso con la interpretación de estas cifras, no necesariamente indican un aumento de la violencia de género, sino que pueden ser también un aumento de su visibilidad, de mujeres que ahora se animan a denunciar.
A su vez conviene distinguir la violencia de género de la violencia doméstica. La primera refiere exclusivamente al maltrato para con las mujeres; la segunda refiere a toda acción de carácter violento dentro del hogar: un hombre que pega a los niños; adolescentes que atacan a la madre; una mujer que castiga sin clemencia a su pareja y a sus hijos. En otras palabras, el flagelo de la violencia de género no debe hacernos olvidar el aumento de la violencia protagonizada también por las mujeres.
La distinción permite además apuntar sobre el problema general del hogar, que debería ser el lugar donde los seres humanos se sienten protegidos. No olvidemos la matriz histórica: tuvimos miedo de la naturaleza y construimos chozas para sentirnos a salvo. Tuvimos miedos de otras comunidades y levantamos murallas y fronteras para sentirnos a salvo. Si en el hogar, antropológicamente el lugar que creamos para estar a resguardo, no estamos seguros, el pánico se apodera de la vida. Y con pánico no se puede vivir.
Al histórico esfuerzo de las mujeres por entrar en un Espacio Público reservado para las varones, se debe sumar un esfuerzo por refundar el Espacio Privado, por hacer del hogar un espacio de protección. El hogar no puede ser un lugar de peligro. Aquí las mujeres deben trocar el ser víctimas por el ser protagonistas del cambio. Y uno de los modos de empezar es atricular en palabras el problema, que atañe a todos por igual. Es más fácil decirlo que hacerlo, lo se. Pero hay que hacerlo. Por las mujeres, por los varones, y por los niños.