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Columnas de Daniel Chasquetti

Sobre el autor

Autor: Doctor en Ciencia Política.
Profesor del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.

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El poder del Presidente

14.Sep.2015

El diagnóstico se ha instalado: el Presidente Tabaré Vázquez se ha vuelto un presidente débil debido a un conjunto de derrotas sufridas ante el movimiento sindical y la bancada de su propio partido. Es curioso; hasta hace unos pocos meses, los comentaristas y expertos en la carrera política de Vázquez lo caracterizaban como un político frío, calculador, sagaz e imperturbable. Sin embargo, el episodio de la esencialidad y la marcha atrás que debió realizar en temas como Antel Arena, TISA y el decreto mencionado, parecen poner en tela de juicio esa aureola de infalibilidad.

En el mes de agosto publiqué dos columnas en este mismo espacio donde sostenía la hipótesis de que el gobierno sufre un desequilibrio estructural respecto a las fuerzas políticas que lo apoyan. Quienes han quedado subrepresentados en el proceso de designación de autoridades de gobierno comenzaron a mover sus piezas con el objetivo de ganar influencia. Los hechos parecen darnos la razón pues la tenaza aplicada por la bancada partidaria, la dirección del propio Frente Amplio y la cúpula sindical, ha dejado al Presidente y a parte de sus ministros en una situación complicada, que algunos califican como conmoción o desconcierto y otros no dudan en describir como crisis de gobernabilidad.

Parece claro que el Presidente cometió errores en las últimas semanas. No midió las consecuencias del decreto de la esencialidad, actuó con liviandad en el caso de la venia para la ministra de la Suprema Corte de Justicia, Elena Martínez, y tal vez creyó que el Frente Amplio no tomaría una decisión contundente respecto a la participación de Uruguay en el TISA. Todos son errores llamativos pero pese a su acumulación en un período breve de tiempo no deberían llevarnos a la conclusión de que el gobierno es un barco a la deriva. En mi opinión, por el momento, Tabaré Vázquez no es una figura débil e indecisa, aunque sí creo que es un presidente urgido por modificar rápidamente algunos aspectos de su gestión de gobierno.  

Hace 55 años, el politólogo estadounidense Richard Neustadt publicó el clásico libro "El poder presidencial y la moderna Presidencia",  donde analizaba la forma en cómo los mandatarios estadounidenses ejercen el poder. Neustadt fue asesor de Truman, Kennedy y Johnson y tras su salida escribió esta notable obra que sostiene la tesis de que el poder presidencial reposa en la capacidad de persuasión. El presidente estadounidense se vuelve poderoso cuando consigue convencer y negociar con éxito ante los partidos en el Congreso, y viceversa, se torna débil cuando busca imponer medidas o privilegiar los métodos de ordeno y mando.

Este consejo es lógico y razonable para el sistema político estadounidense donde el poder institucional del presidente es modesto, pero también resulta útil para los poderosos presidentes latinoamericanos, quienes muchas veces creen que todo puede arreglarse mediante el uso de su poder institucional. Uruguay tampoco tiene un presidente muy poderoso -sobe todo si se le compara con sus vecinos de la región-, porque apenas cuenta con la iniciativa legislativa exclusiva en una serie de materias (entre ellas el presupuesto) y con el poder de veto parcial (instrumento que en general los mandatarios prefieren utilizar selectivamente). Los presidentes uruguayos saben que no pueden llevarse el mundo por delante y por eso deben forjar apoyos negociando con las fracciones de su propio partido (cuenta con una mayoría legislativa) o con otros partidos que acepten ser parte de una coalición. Para alcanzar ese esquema de gobernabilidad, el presidente debe convencer a sus interlocutores de que el cumplimiento de sus metas son imprescindibles para el futuro del país. Y en este punto, Tabaré Vázquez parece estar fallando.

La disciplina partidaria en Uruguay no funciona mecánicamente. Nuestros partidos no son tan simples, lineales ni monolíticos. Si bien las reglas de juego otorgan a los líderes cierto poder de punición sobre los legisladores díscolos (sobre todo a la hora de elaborar las listas de candidatos) y que suelen aplicarlo con mayor frecuencia de lo que se cree, la disciplina partidaria no se cimienta en base al temor a ser castigado sino, por el contrario, a partir de la persuasión y el convencimiento. Por esa razón, los discursos que orientan a los partidos suelen ser tan importantes. Votar una ley, cerrar filas en torno a un ministro o defender la gestión, suelen ser acciones que requieren "línea política" basada en argumentos que hacen sentir al individuo parte de un emprendimiento colectivo orientado hacia determinada meta.

En mi opinión, el gobierno de Tabaré Vázquez puede estar fallando en este rubro porque, a diferencia de las pasadas administraciones frenteamplistas, no cuenta con una orientación clara basada en una serie de ideas fuerza que resuman el rumbo. Además, a diferencia de la década anterior, donde la economía brindaba recursos para financiar cualquier iniciativa innovadora o para responder demandas de los electorados cautivos, en la actual, las restricciones financieras imponen dificultades que comprometen las promesas de campaña y entrañan una potencial decepción de parte de su base electoral.

El gobierno parece necesitar entonces un relato adecuado a los tiempos que al país le toca vivir, que lo distinga de los anteriores períodos y que brinde al escucha un mínimo de esperanza respecto a los años que quedan por venir. Para ser más precisos, al gobierno le falta un relato que convenza a sus votantes, a las bases de los sindicatos y de los movimientos sociales. Le falta un discurso que persuada a sus legisladores y sobre todo, a los líderes de los grupos que no se sienten representados en el gabinete. Esto equivale a negociar con José Mujica hasta comprometerlo, pues tras él vendrán el MPP, el Partido Comunista, los legisladores de Sendic y los diputados montevideanos del socialismo. El gobierno y sobre todo el Presidente Vázquez deben recrear la historia de un partido que llegó al poder para cambiar las cosas y que ahora enfrenta una coyuntura menos favorable. Eso supone decir la verdad con crudeza, quitar el foco de las promesas de campaña y centrar la línea argumental en la defensa de los logros alcanzados a lo largo de una década. El Presidente puede volver a ser poderoso siempre y cuando se convenza que ya es hora de comenzar a persuadir.